UN MONSTRUO EN LA CIÉNAGA
Las últimas luces del día se despiden de la playa, las garzas y los flamencos dejan una estela rosada por el cielo. Las tortugas buscan refugio en las frescas piedras y el croac–croac de las ranas arrullan a los animales que conviven en la ciénaga.
Los manglares dan la despedida al día, purificando el agua contaminada, moviendo con las mareas aquello que pudre sus entrañas, ayudando a todos los seres que se encuentran entre sus raíces a tener aguas cristalinas.
Se respira paz y tranquilidad, la luna aparece
tímidamente, creando un ambiente relajante y armonioso. La vida silvestre de la ciénaga se duerme con
la cálida brisa de mar que llega hasta sus orillas.
Entre tanto a lo lejos, en
la planta petrolera se escucha una explosión, una luz incandescente, fulgurante
sale de sus chimeneas, por debajo del mar, donde se encuentra una maraña de
tubos, un monstruo aceitoso se escapa del lugar.
El monstruo al verse libre, recorre los parajes
de la ciénaga, come sus manglares y los deja impregnado de su aceite. Se pasea
por la playa, sus rastros en forma de gota ya se ven por la orilla, los
cangrejos empiezan a salir del mar envuelto en ropa oleosa. Con su presencia se siente más el calor y los animales
comienzan a sentir que algo no está bien.
Dos peces que se
acompañaban alegres y entretenidos con pasión, se acarician en la orilla. Sin darse cuenta,
el monstruo de mancha negra, los envolvió y los devoró.
A la mañana siguiente, los
animales estaban asustados, comentando lo que había ocurrido.
– ¿Dónde estarán nuestros
amigos? Se preguntaban.
El cangrejo despistado
decía: – ¡Quienes?
– La salamandra respondió:
– Esos peces traviesos, enamorados.
– ¿Será que escaparon en
busca de un rayo de luna y así prometerse amor eterno? Dijo el cangrejo.
– ¡No!, alguien los había
secuestrado, respondió el Caimán.
La angustia comenzó a
invadirlos, algunos peces flotaban ya en la orilla y los pelicanos comenzaban a
revestirse de ese traje pesado y mortal.
La vida tranquila de la ciénaga se había
alterado, una amenaza en forma de mancha malévola se había desplegado a través
de sus costas.
Se organizaron por tanda
para ir a los cuatro puntos cardinales y averiguar qué estaba ocurriendo. El sapo, la tortuga y la garza, fueron hacia la playa,
revisarían la orilla y las rocas que la rodean. El calamar, el cangrejo y el caracol, se
meterían por los verdes y profundos manglares.
La tímida iguana, el caimán y el pelicano, irían hacia el sur. La
chilona, el sábalo y el pargo, nadarían por la las profundidades del mar. El
gavilán se ofreció junto a la gaviota a volar por todo el sector.
Una hora más tarde, se
reunieron en un frondoso árbol, descubriendo algo aterrador:
– Un monstruo está devorando los manglares en el
lado sur, dijo la Iguana.
– Era negro, viscoso, pesado, con olor a aceite
quemado, estaba hambriento, se tragaba todo a su paso, se movía rápidamente,
ensuciando el pantano, manifestó la gaviota
– Vamos a cortar varias
hojas de las palmeras para colocarlas a través de los manglares y poner grandes
rocas tratando de formar un muro que lo contenga, indicó la garza.
Trabajaban juntos tratando
de ver cómo eliminar todo aquello, pero nada lo detenía.
– Intentemos conversar con
él, indicó el cangrejo.
El caimán y la caracola,
tomaron valor y decidieron ir a conversar con él.
Se cubrieron con arena de la playa y salieron a
su paso, enfrentándolo le preguntaron:
– ¿Quién eres? – ¿Por qué
destruyes nuestra ciénaga?
El monstruo no les respondió,
siguió devorando lo que se conseguía sin pensar en los demás, sólo quería moverse
y comerse lo que encontraba, no escuchaba, no tenía oídos, ni boca, una energía
extraña le daba vida.
– Definitivamente este
monstruo no escucha, ¿qué podremos hacer?
– Vamos a reunirnos con los
demás animales. Se agruparon en la playa.
– Nada ha funcionado,
nuestros esfuerzos han sido inútiles dijo la chilona.
– Busquemos aliados, al
hombre, aquel que vimos en las costas pescando pargos y sardinas, en un madero
largo, dijo el águila.
– Pensemos…
– Yo voy a hacer algo, dijo
la gaviota.
La gaviota tenía un plan
estratégico, llevar en sus picos uno de los peces envueltos en traje negro y
lanzárselo al pescador. Voló rápidamente por la playa y se lo tiró en la
cabeza, éste gritó del susto. Al ver el pez, el pescador se dio cuenta del
problema, una gran mancha de petróleo debía estar recorriendo por los
alrededores de la zona, debía hacer algo, la pesca de la ciénaga se vería
afectada por esta amenaza.
Corrió a buscar a sus amigos, para intentar limpiarla.
Se reunieron en la tienda de Pablo, para
discutir su plan de limpieza.
– La explosión de la otra
noche, genero un derrame de petróleo, dijo Rafael.
– Debemos limpiarlo.
– Conversemos con los
ingenieros, dijo Manuel.
– Deben ayudarnos, sino la
ciénaga seguirá contaminada y los peces no se reproducirán, manifestó Pepe.
– La idea es parar el derrame
y limpiar con nuestras propios esfuerzos las áreas afectadas, entre todos lo
podemos hacer, indico Martha.
Con palas y tobos, los
pescadores comenzaron a limpiar su rastro a través de la playa y las zonas
boscosas. Hurgaron debajo de las rocas y limpiaron las raíces de palmeras y
manglares.
El monstruo al verlos, se escapaba velozmente a través de las rocas
y los extensos manglares. Seguía astutamente a los pescadores, abrazaba sus
botas y se les deslizaba entre sus manos. Se burlaba descaradamente de ellos.
Los pescadores no se
rendían, trabajaban sin parar, debían limpiar la zona en beneficio de todos. El
monstruo molesto, rechinaban sus dientes, quería libertad, intentaba esquivar a
los hombres y a los animales impertinentes que deseaban molestarlo.
Los animales colaboraron también, mudaron sus nidos y advirtieron a toda la fauna sobre el riesgo de quedarse quietos, ya que los podría atrapar.
Poco a poco, la ciénaga volvía a la normalidad. Peces y garzas, se sentían más tranquilos en sus espacios. Los animales podían hacer su vida, los nidos volvieron a retoñar y los manglares retomaron su natural verdor.
El agua ennegrecida se volvió cristalina,
alimentando todo el ecosistema, las libelulas con sus colores se posaban sobre
los juncos llevando luz y color.
La ciénaga nos volvió a
regalar hermosos amaneceres llenos de graznidos de garzas, flamencos y gavilanes
y a disfrutar de noches agradables y apasionantes con el dulce croac-croac de
las ranas y sapos enamorados.
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