Amoris Laetitia(Comentada)





[5/10 09:54 a.m.]  La Alegría del Amor. Papa Francisco

13. De este encuentro, que sana la soledad, surgen la generación y la familia. Este es el segundo detalle que podemos destacar: Adán, que es también el hombre de todos los tiempos y de todas las regiones de nuestro planeta, junto con su mujer, da origen a una nueva familia, como repite Jesús citando el Génesis: «Se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne» (Mt 19,5; cf. Gn2,24). El verbo «unirse» en el original hebreo indica una estrecha sintonía, una adhesión física e interior, hasta el punto que se utiliza para describir la unión con Dios: «Mi alma está unida a ti» (Sal 63,9), canta el orante. Se evoca así la unión matrimonial no solamente en su dimensión sexual y corpórea sino también en su donación voluntaria de amor. El fruto de esta unión es «ser una sola carne», sea en el abrazo físico, sea en la unión de los corazones y de las vidas y, quizás, en el hijo que nacerá de los dos, el cual llevará en sí, uniéndolas no sólo genéticamente sino también espiritualmente, las dos «carnes». 



COMENTARIO: MCC CCS MARIENE PIÑERO:

Dios crea al hombre y a la mujer con el fin de procrear, por tanto la sexualidad es parte fundamental en la pareja, con la profundidad emocional que ese acto requiere, donde cada uno regala su intimidad, su esencia y por ende su espiritualidad, dos almas en un solo corazón. Como adultos debemos ser responsables de este acto que aunque siendo carnal, es sagrado, permitiendo  la procreación de los hijos y el fortalecimiento de la familia. En  tiempos modernos la sexualidad por muchos es mal manejada y explotada en  medios de comunicación masivos, los jóvenes lo consideran un acto normal que raya en lo vulgar, por tanto es necesario rescatar el valor sagrado del acto de amor siendo parte fundamental de la pareja. 



[5/10 10:28 a.m.] ponc capell capell. (Sacerdote Mercedario)



El comentario al texto bíblico del Génesis ha visualizado la riqueza que significa, en sí misma, la diferencia sexual entre el hombre y la mujer; a la vez que la diversidad generacional que de esta pareja está llamada a surgir. En este número, 13, el Papa nos ofrece el valor de la posibilidad de la unión complementaria entre el varón y la hembra; tan profunda que va más allá del mero encuentro sexual y alcanza a transformar la totalidad de las dos existencias en un único proyecto pleno que llamamos familia; lugar óptimo para la generación. Un día me tocó asistir a una unción de enfermos de una nonagenaria anciana que estaba a cargo de uno de sus dos hijos. Entre el rito,  éste me contaba cómo aquella mujer había luchado, sola, para sacar adelante a sus dos hijos. No conocían a su papá. Me llamó la atención cómo, al afirmar la ausencia absoluta del padre, aquel hijo, sólo 19 años menor que la mamá, no pudo contener el llanto. Dos dolores acumulados. Uno cargado toda la vida y otro ante la inminente desaparición de una amada madre. Ciertamente, una madre puede solucionar todos los requisitos logísticos de lo que significa sacar adelante un hogar, pero el vacío del afecto paterno es siempre traumático. La familia no es un diseño pastoral eclesial; es una exigencia que surge de la "carne" que reclama las "dos carnes" originarias. Sin embargo, está certeza es negada muchas veces en la actualidad. No son pocos los que argumentan la "imposibilidad" humana de la complementariedad estable y definitiva de ambas "carnes". De ahí el diseño perentorio de las familias actuales. Frente a estos posicionamientos hay que dejar que sean los gritos más profundos e indisimulables de la "carne" humana los que exijan "el deber ser" que reclama la razón natural y la experiencia vivida.






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