Meditación Cristiana
Como
católica debemos hacer oración, ya que es lo que alimenta el alma y nutre nuestra
espiritualidad, sin embargo el ruido mental es muy fuerte, cuesta concentrarse
o establecer un contacto más directo con Dios.
Admiro
a los monjes budistas, cuya
disciplina les permite meditar con
frecuencia, dejar su mente en blanco, actividad que los ayuda a liberarse del
lastre que muchas veces acumulamos de nuestro afán diario.
Conversando
con una Hermana consagrada, a la cual le comentaba sobre mi dificultad de
concentrarme para realizar la oración y mantenerme en ella, me facilitó un
pequeño folleto sobre la Meditación
Cristiana.
La
meditación cristiana, consiste en una práctica simple de meditación con Dios, esta es una oración contemplativa, donde el
silencio se impone para abrirnos de una manera más íntima a su contacto.
Nuestro
mayor anhelo consiste en conocer cada vez más a Dios y tener una comunicación
más efectiva.
Es
una oración de abandono, donde lo importante es dejarnos llevar, aceptándolo
todo.
Esta
es una antigua forma cristiana de meditación que fue recuperada para los
cristianos modernos por el monje benedictino Jhon Main (1926-1982), que
consiste en “poner a la mente a
descansar en el corazón”, a través de las enseñanzas de los padres y madres
del desierto, especialmente Juan Casiano (siglo IV DC) y la “Nube
del no-saber”, escrito anónimo del siglo XVI.
Muchas
veces hacemos con mayor agrado la oración mental, aquella donde recitamos una
oración, esta es quizás la que realizamos con mayor frecuencia. La meditación
cristiana, va más allá, implica buscar a Dios, desde la simplicidad de nuestro
ser, con la ayuda del Espíritu Santo.
Debemos
tener tres elementos esenciales en esta meditación: silencio, quietud y simplicidad.
El
silencio es clave para lograrlo, creo que muy pocas personas logran silenciar
sus mentes, el ruido moderno lo dificulta, por lo que se requiere que nuestra
voluntad debe trabajar en ella.
Silenciar
nuestros pensamientos es la clave para lograr la paz interior y llegar a tener
un mejor conocimiento de nosotros mismos.
El
silencio nos lleva a la quietud, aquella que anhelamos porque hemos sufrido en
algún momento del mayor mal que existe en la vida moderna, la ansiedad.
Este
proceso debe ser simple, porque nos
lleva como un riachuelo a vivir una vida plena y sencilla.
Dios es simple, el
amor es simple, la meditación es simple. Ser simples significa ser nosotros
mismos, ir más allá del egocentrismo, del autoanálisis y del auto rechazo.
La
meditación es una práctica espiritual que nos guía a un estado de oración, a la
oración de Cristo. Nos trae el silencio, la quietud y la simplicidad por medio
que es en sí mismo silencio, quietud y simplicidad.
¿Cómo se realiza la meditación
cristiana?
1. Sentándonos
quietos y con la espalda derecha.
2. Cerrando
suavemente los ojos.
3. Repitiendo
la palabra sagrada en muestro interior y continuamente, esta palabra es
Maranatha.
4. Hay
que repetirla en cuatro silabas de igual longitud, clara y continuamente:
MA-RA-NA-THA.
5. Es
importante repetirla suave, constante, continua y amorosamente, sin esperar que
nada suceda. Escuchando la palabra con todo nuestro ser y retornando a ella en
cualquier momento que nos distraigamos.
6. Hay
que elegir un lugar y momento tranquilo cada mañana y cada tarde para meditar
de 20 a 30 minutos.
Tanto el significado como el sonido de la palabra son importantes. Sin embargo a medida que repites la palabra, no pienses en su significado. El mantra nos conduce a un lugar más profundo que el pensamiento, al puro ser. Nos lleva por la fe. Repetimos el mantra en fe y amor. Escuchar el mantra conforme lo repetimos es el trabajo profundo del camino de la fe.
Cuatro
reglas te ayudarán a perseverar:
1. No
tengas demandas ni expectativas.
2. No evalúes a tu meditación.
3. Integra la meditación a tu vida diaria, en la
mañana y en la tarde.
4. Vive
su consecuencia, día a día.
Con respectos a las distracciones:
1. No
trates de luchar contra las distracciones, ya sean pensamientos, imágenes o
sentimientos.
2. Pon
toda tu atención en tu mantra. Regresa gentil y fielmente a el durante todo el
periodo de la meditación.
3. No
prestes atención a las distracciones, tratalas como un ruido de fondo, como el
ruido del tráfico en la calle.
4. Se
humilde, paciente y fiel y mantén tu sentido del humor. No hay que hacer de
cada nube una noche obscura. No subestimes la perseverancia que necesitas ni la
gracia que será otorgada.
5. El
mantra es como un sendero que atraviesa una frondosa jungla, no importaque tan
angosto sea el sendero, síguelo fielmente y te conducirá fuera de la jungla de
la mente al gran espacio abierto del corazón.
Efectos de esta meditación:
Es
en la vida diaria y especialmente en las relaciones en donde notarán los frutos
de la meditación. La toma de conciencia de este cambio interior personal puede
no ser rápida y dramática. Puede ser que los que viven a nuestro alrededor, en
nuestra familia o en el trabajo, sean los que nos lo hacen notar. El cambio
puede ser mejor descrito en lo que San Pablo llamó “los frutos del espíritu”
(Gálatas 5,22)
Amor, gozo, paz, paciencia,
bondad, lealtad, gentileza, templanza. Piensa en estas cualidades
de acuerdo a tu propia personalidad. Tú sabes mejor que nadie, excepto por el
Espíritu, cuáles cualidades necesitas más.
El Amor
está ubicado en el primer lugar pues es “el don más grande”.
El gozo es
más profundo que el placer o la felicidad. Se les descubre al sentir un sabor
nuevo en las cosas simples y naturales de la vida.
La paz es
el don que nos otorga Jesús en su Espíritu.
La paciencia es
la cura para nuestros ataques de irritabilidad, rabia e intolerancia y todas
las formas en que tratamos de controlar y poseer a los demás.
La bondad es
el don de tratar a los demás como nos gustaría ser tratados.
La lealtad es
el don que viene a través de la disciplina de la meditación diaria y la
repetición de la palabra sagrada.
La gentileza es
la práctica de la no violencia.
La templanza es
necesaria si queremos disfrutar la vida en la completa libertad del Espíritu.
Es el fruto del equilibrio de la meditación, la media entre todos los extremos.
Los frutos del Espíritu
crecen gradualmente en nosotros porque comenzamos a volcarnos hacia el poder
del amor en el centro de nuestro Ser.
Todos
estos dones son otorgados en la medida que aprendemos a escuchar el lenguaje
del corazón; que es el silencio que nos espera más allá de nuestra ruidosa
autofijación. En la meditación somos santificados en y por el proceso de ser
sanados.
La
gran cualidad que aprendemos a reverenciar en este camino es la de la pobreza.
“Felices los pobres de
Espíritu, porque de ellos es el Reino de Dios”
Hay
que entender al mantra como nuestro camino hacia la pobreza y la humildad y el
camino permanecerá simple. Aunque lo simple no es lo mismo que sencillo. Hay
que abandonarnos continuamente y de todo. Juliana de Norwich lo describió como.
“Una condición de completa simplicidad que demanda no menos que todo”
A
medida que meditamos día a día, descubriremos el mantra arraigado en nuestro corazón de manera que podremos vivir la
jornada de trabajo diaria y descanso con una mayor conciencia de la presencia
de Dios. Nuestra vida será más contemplativa, es decir más arraigada en el
momento presente, seremos más conscientes y más compasivos.
Las
etapas del viaje interior se
reflejan en la mayor profundidad del mantra y con el menor esfuerzo involucrado
en repetirlo. Al principio, decimos el mantra con distracciones casi
constantes, luego hacemos resonar el mantra con menor esfuerzo y sin
interrupciones. Finalmente escuchamos el mantra con todo el corazón, lo que nos
lleva más allá de la fuerza de toda distracción.
Por
su puesto el mantra es una disciplina,
no un fin en sí mismo. Es un camino a la pobreza de Espíritu; no es el Reino en
sí mismo. Llegará un momento, entonces, que no depende de nosotros, en que nos
conduzca a un silencio absoluto, más allá de nosotros mismos, en la unidad de
la oración misma.
Esta
no es una experiencia que se pueda anticipar, imaginar o fabricar. Cuando uno
se hace consciente de que está silencioso,
deberá simplemente comenzar a decir el
mantra otra vez. Pues si estamos conscientes del silencio, entonces no estamos
conscientes del silencio. Estamos pensando y por lo tanto, debemos seguir con
el mantra.
Las guías son sencillas si las seguimos con verdadera simplicidad: repetir nuestro mantra hasta cuando no podamos repetirlo y comenzar a repetirlo nuevamente apenas nos demos cuenta que hemos dejado de repetirlo. Todas estas etapas de meditación son cíclicas y al mismo tiempo progresivas. Pasamos por los mismos lugares muchas veces hasta que el trabajo ha sido completado.
Libro de referencia para realizar este artículo:
Freeman
Laurence OSB (1982) Meditación Cristiana. Tu Práctica diaria.
Para
mayor información de esta práctica te invito a visitar la siguiente página:
Excelente artículo. Aprender a meditar día a día nos lleva a vivir la vida, con más amor, paz y tranquilidad siempre en la presencia de Dios.
ResponderEliminarSi, es muy bueno meditar. Gracias por leerme.
EliminarMariene muy interesante, pondré en práctica tus sugerencias y recomendaciones, me aclaraste muchas dudas. Gracias y El Espíritu Santo 🙏 continúe iluminando para seguir fortaleciéndote e instruyendo a otros. Abrazos querida amiga.
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